NATACIÓN INFANTIL: OTRA FORMA ES POSIBLE

“Tu hijo va a llorar seguro, así que mejor sal de la instalación para no pasarlo mal también tú”

“Todos los niños lloran en las primeras sesiones, es normal”

“Hay que obligarle aunque al principio no le guste porque, si no, nunca querrá hacerlo”

“No puedes entrar a mirar porque entonces tu hijo se va a poner a llorar y va a dificultar la clase”

 

Son frases que he escuchado con tanta frecuencia que todavía me cuesta creerlo, y que me han llevado a montar mi propia escuela de actividad acuática.

Y con ello a comprobar que este tipo de afirmaciones son absolutamente falsas, y que los niños a quienes se respeta aman el agua. ¡Y sólo lloran porque no quieren salir!

 

Este artículo tiene como objetivo dar a conocer, tanto a las mamás y papás deseosos de que sus hijos aprendan a nadar y bucear, como a los profesionales que se dedican a enseñar natación infantil, que otra forma de hacerlo es posible. Que los niños no sólo pueden aprender disfrutando, sino que tienen derecho a hacerlo.

 

Seguimos recibiendo el legado conductista de las generaciones del siglo XX a las que se inculcaron métodos de adiestramiento infantil que han desembocado en una deshumanización alarmante. Quizás, para sobrevivir a mensajes como “No le cojas en brazos, que se acostumbrará y luego no te dejará hacer nada” o “dale leche de fórmula que es más completa que la que tú produces” en plena lucha por la ”igualdad” de las mujeres en el ámbito laboral, las mamás tuvieron que insensibilizarse, desconectar de lo que su instinto les decía. Y así empezó a ser habitual la falta de empatía. Y mucho más hacia los niños, a quienes no se consideraba personas con dignidad sino más bien proyectitos de ser humano.

 

Esto empieza a cambiar hoy día, ya la psicología actual mira la infancia desde un prisma diferente, y las familias comienzan a demandar un nuevo paradigma. Los niños son personas y merecen un trato digno. Más que eso: lo necesitan para ser adultos sanos y centrados… En los ámbitos educativos vamos viendo este cambio, por fin, empezar a producirse.

 

Aun así, muchos padres no saben que sus hijos pueden aprender a nadar gozando. Tienen tanto miedo al posible accidente que piensan que el fin justifica los medios, y por eso llevan a sus peques a clases de natación en las que los niños sufren porque sólo se presta atención a conseguir ciertos objetivos lo más rápido posible, y no a los ritmos y las necesidades de los peques. Estamos inmersos en una sociedad que se nutre del miedo para vender sus productos, ¿os dais cuenta?

 

Desde los años 80, los métodos de “auto-rescate” que surgieron en Estados Unidos han proliferado anclándose en la alarma de los casos de ahogamiento infantil, y muchas escuelas de natación en todo el mundo han seguido estos métodos en mayor o menor medida, por lo comercial que resulta ver a un bebé que cae al agua y se da la vuelta solito, flotando hasta ser (de verdad) rescatado por un adulto. Aquí tenéis un par de muestras de cómo es este entrenamiento:



En el segundo vídeo, la bonita música impide oír el llanto del bebé. Lo habitual para quienes siguen conectados a su sensibilidad es no poder terminar de ver estos vídeos.

 

El porcentaje de niños que terminan esta tortura con éxito (sabiendo ejecutar las maniobras) es extremadamente bajo, sin embargo los genios del marketing de estas empresas utilizan esos casos en los que el bebé aprende a sacar la cara del agua y flotar para seducir al público. Las familias, conquistadas por el glamur de esas escenas y sin saber cómo se producirá el milagro, invierten auténticas fortunas en pagar ”clases de auto-rescate en el agua”. Lo hacen con amor y por el bien de los niños, aunque también, seguro, hay una parte de ellos que quiere presumir de hijo. Sin saberlo están asumiendo riesgos importantísimos para los peques, que obviamente los instructores que utilizan técnicas como éstas no conocen y que veremos a continuación.

 

Pero además cabe preguntarse qué ocurre en el cuerpo emocional de un adulto que somete a un niño a experiencias como éstas, sin llegar a empatizar con lo que está sintiendo el niño realmente. Como el tema da de sí, dedicaré a ello el siguiente post.

 

Siempre que el niño tiene miedo los sistemas fisiológicos de alarma se activan, y aunque nosotros sepamos que no hay un peligro real de muerte, ellos no lo saben. Y no podemos explicárselo: su neocórtex aún no está desarrollado, no podrían comprender una explicación lógica. Son instinto y emoción en estado puro.

 

Para ver a qué se exponen los peques que pasan miedo en el agua, y hasta qué punto es necesario atender sus señales y proveerles de un ambiente de seguridad y confianza, cito a Rosa Jové, psicóloga experta en el sueño infantil y autora de varios libros:

 

“A partir de ese momento se ponen en marcha los sistemas más antiguos de respuesta a la alarma: el sistema HHA (hipotálamo-hipofisario-adrenal), el sistema adrenérgico, las catecolaminas, etc… ¿Que cómo funciona eso?

En principio, nuestro cuerpo se debe preparar para lo peor (escapar o pelear), para ello la amígdala -una parte de nuestro cerebro emocional- envía mensajes para que se active todo un sistema hormonal capitaneado por la adrenalina y otras catecolaminas, que van a provocar una activación general.”

 

“Todo este flujo químico y hormonal inunda violentamente el cerebro, apuntando directamente a la amígdala, que queda colapsada. Los niños que lloran y no son atendidos pronto, pueden llorar desesperadamente hasta que la amígdala se colapsa. Como sea que la naturaleza es sabia y sabe que el cuerpo no resistiría mucho tiempo en una situación como ésta, suele compensarlo con la secreción de sustancias de carácter opiáceo, endorfinas, serotonina…, que provocan una bajada de todo este sistema de alarma en el sujeto. Los psicólogos que nos dedicamos a las catástrofes sabemos por experiencia que, cuando un sujeto presenta una activación importante tras un impacto, es cuestión de tiempo que descienda esta activación primera. Este sistema funciona mejor con niños pequeños: cuanto más pequeño es el niño, más se asusta.”

 

“Con sucesivas «experiencias» como ésta el niño va a aprender, por un lado, que nadie va a hacerle caso, que sus necesidades no son merecedoras de atención (aquí se da una baja autoestima), y por eso muchos de ellos dejan de protestar. Por otra parte, se cree que el hecho de repetir oleadas de estas sustancias químicas en el cerebro es la causa de la reducción de la producción normal de serotonina y de la insensibilización de la amígdala. (…) Sepan que las alteraciones de los niveles de serotonina se relacionan con las depresiones y que la amígdala es el centro del cerebro emocional por excelencia, que de esta forma puede quedar alterado, perdiendo oportunidades de desarrollar la confianza, la autoestima y la empatía. Además, un bajo nivel de serotonina es el indicador más importante de violencia en animales y humanos, y se ha relacionado con tasas altas de homicidios, suicidios, piromanías, desórdenes antisociales, automutilaciones y otros desórdenes agresivos.”

 

“Una pregunta: ¿a que no saben qué sucede cuando el cortisol está alto y la serotonina también? ¡Que se produce el vómito involuntario!

Si alguien les había dicho que los niños sólo vomitaban porque querían llamar la atención, les engañaron. En estado de shock, con los niveles alterados de cortisol, se produce con facilidad el vómito. Ustedes lo habrán observado más de una vez en películas en que, ante una escena impactante, el personaje debe salir afuera a vomitar (generalmente el actor secundario, por supuesto).”

 

Toda una vida en la piscina, en muchas y diversas piscinas, me ha permitido observar con asombro lo integrado que está en nuestra cultura el trato despersonalizado de la infancia. Siempre (insisto) bajo el argumento de estarle dando al niño lo que necesita para aprender, para incorporar a su sistema algo sumamente necesario y vital como es saber nadar. En las escuelas de natación, aunque los métodos empleados no sean tan radicales como el de los vídeos que habéis visto arriba, se utiliza en general una enseñanza basada en la autoridad del instructor y es frecuente que se menosprecie el miedo del niño, incluso en las piscinas que anuncian clases respetuosas y lúdicas. Por lo tanto todo lo explicado sobre los mecanismos de alarma y sus posibles efectos es válido en mayor o menor medida. La formación de los profesionales que trabajan en el agua con la primera infancia nunca incluye información sobre los ritmos y las necesidades emocionales de los niños, a pesar de que, como ya he dicho, los niños son pura emoción. Es ahí donde encuentro la mayor carencia.

 

Como educadores, a nosotros corresponde la tarea de acompañar a los niños en el descubrimiento de sus capacidades sin presionarles, demostrándoles con nuestro ejemplo lo que es disfrutar del aprendizaje. Pasándolo bien, siendo activos y creativos, haciendo nosotros primero lo que algún día esperamos que hagan ellos.
Así que, mamás y papás, monitores de natación, es muy importante que lo sepáis. NO es normal que los peques lloren, NO es necesario que lo pasen mal en el agua, ¡todo lo contrario! Aprender a nadar es fácil, y sin traumas. Los niños son máquinas perfectas de imitar y de aprender, y esto lo hacen siempre a través del juego. Jugad con ellos, demostradles cómo se hace, y ellos os seguirán. Sonriendo 🙂